Sucedió una vez, en el país de los animales, que a los gatos se les acabaron los ratones. Por todos los confines de la nación los buscaban, afanosos de cazarlos, pero éstos habían desaparecido como por encanto, quizás a causa de una peste o víctimas de un perverso plan del enemigo.
Cansados ya de buscar y esperar, se acordaron de la solución última; aquella a la que recurrían cuando no encontraban "animales respuestas" a sus "animales dudas": clamaron al cielo.
Prestamente convencidos se inclinaron gatunamente y oraron con fervor suplicando al cielo que enviara ratones, como ya una vez había sucedido, según el libro santo.
En medio de tan electrizante ritual, un perro los observaba conmovido pero incrédulo. Sin poder dar crédito a lo que sus sentidos le mostraban, reflexionó para sí: ¿Cómo resulta posible que los gatos pidan al cielo ratones, si del cielo solo cabe esperar huesos?
¿Como andás de amplitud para contemplar criterios distintos a los tuyos?
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