De seguro ya se imaginaron la situación: malentendido en puerta…
Desde hace 2500 años que estamos conviviendo con el malentendido de suponer que alcanza con que yo diga para que el otro comprenda.
Aludimos al comprender por sobre el entender pues el primero apunta al texto en su contexto mientras el segundo lo hace en torno a lo mental y/o literal de lo dicho.
Una y otra vez comprobamos que al otro no le llega lo que decimos, sino que arma sus propias historias con condicionantes de su escuchar que, a menudo, desconocemos los hablantes. Así, un comentario que gatilla la sonrisa de alguien puede resultar una ofensa para otro.
De esta manera, frecuentemente nos encontramos preguntando –luego de haber formulado nuestro pedido, delegación o propuesta-, ¿Entendiste? Con la contundente respuesta del ¡Sí! y el malentendido posterior mencionado.
Fijate entonces, cuánto te cambia la calidad de comunicación y coordinación de acciones si, luego de hacer tal pedido, delegación o propuesta, le preguntás al otro: ¿qué comprendiste?
En este siglo líquido, resulta imperativo comprender que la comunicación ocurre en el que escucha, y en la calidad del vínculo, más allá de las buenas intenciones individuales de los actores.
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